Conocimiento Colectivo en las Organizaciones
Conocimiento Colectivo en las Organizaciones.
Nadie trabaja solo. Somos animales sociales y trabajamos en equipos, en proyectos multidisciplinares y cada vez más a menudo, con varios de los integrantes geográficamente repartidos por el globo. No solo dependemos de nuestros clientes o de nuestros proveedores sino que también dependemos de otras unidades de la empresa, de las comunidades en que estamos insertos, de nuestra relación con las autoridades o del impacto que causan nuestras actividades en el medio ambiente.
Hace ya mucho tiempo que el trabajo dejó de ser un lugar. Para lograr coordinar tanta ubicuidad y complejidad sin enloquecer, la tecnología juega un papel preponderante. El término de moda en estos tiempos es “colaboración”.
Una de las principales demandas de los directivos es cómo lograr que las distintas áreas de la empresa y sus integrantes colaboren entre sí con el fin de compartir prácticas y experiencias. Su objetivo es que puedan aprender de sus respectivos éxitos y fracasos para mejorar la eficiencia y la productividad.
Curiosamente, al mismo tiempo, una de las principales demandas de los trabajadores de cualquier empresa es tan elemental como contar con instancias formales para comunicarse con sus compañeros (y de esta manera conocerlos), informarse sobre qué están haciendo o saber a quién pedir ayuda cuando lo requieran.
Desafortunadamente, aunque ambos grupos, directivos y trabajadores, desean lo mismo, nada de esto ocurre de manera natural. El motivo es fácil de comprender: nuestras organizaciones fueron diseñadas en una época donde la propia sociedad era el vivo ejemplo de la jerarquización, con clases sociales fuertemente diferenciadas (castas que rara vez se mezclaban) y una profunda desigualdad, empezando por los derechos de las personas. Por tanto, es normal que actualmente nuestras empresas reproduzcan ese mismo estilo de relación vertical, donde el trabajo ocurre en silos especializados que apenas interactúan entre sí.
Si bien las empresas dedican gran cantidad de tiempo a celebrar multitud de reuniones (que reproducen el ritual de jefe – subordinado) apenas existen instancias transversales pensadas y diseñadas para compartir y para aprender ya que nadie tuvo en cuenta jamás que dichas actividades tuviesen la menor importancia. Y lo que es más grave aún, nadie nunca nos enseñó a trabajar en red ni a compartir conocimiento.
Parece obvio pero no lo es. Si examinamos el currículum educativo, comprobaremos que consiste en una asfixiante e interminable competición basada en el rendimiento individual. ¿O alguna vez un profesor os puso una nota en función de cuanto habíais colaborado con vuestros compañeros o cuánto habías ayudado a aprender a un amigo con problemas?
Cuando éramos niños, el comportamiento egoísta a la hora de compartir un juguete con otro niño se podía justificar desde la óptica de que las “cosas” (bien físico), cuando las compartes te obligan a “perder” una cuota de tu posesión sobre las mismas. Sin embargo, al compartir conocimiento (bien intelectual), el dueño nunca lo pierde y más bien al contrario, lo va enriqueciendo a medida que lo combina con el conocimiento de otros.
Los incentivos que nuestra sociedad impone son predominantemente materiales (cuánto dinero ganas, la casa que tienes, el coche que conduces o el smartphone que utilizas) frente a los inmateriales (la felicidad, la solidaridad o el conocimiento).
(Fuente: http://www.newfield.cl/newsletters-antiguos/conocimiento-colectivo)