La manera como observamos las cosas
Comenzaremos diciendo algo que bien podría parecer una obviedad: la forma como vemos las cosas es sólo la forma como vemos las cosas. Si reflexionamos un poco sobre esta proposición, reconoceremos, sin embargo, que en general suponemos que lo que hacemos es más que ver las cosas como las vemos: creemos que la forma como vemos las cosas corresponde a como las cosas son.
De alguna manera damos por sentado que los seres humanos tenemos la capacidad de percibir las cosas en la transparencia de su ser, sin mayores filtros.
Basta, sin embargo, con situarnos desde la perspectiva de nuestra biología para reconocer los múltiples filtros que ella nos impone. Descubrimos que nuestras percepciones resultan de la forma como distintas perturbaciones ambientales desencadenan diferentes reacciones en nuestra estructura biológica.
Los colores que percibimos, los sonidos que oímos, resultan todos ellos de los rasgos propios de nuestro sistema nervioso y de nuestros órganos sensoriales. Esos colores y sonidos, tal como los percibimos, no existen independientemente de nosotros.
Ello no niega la importancia de los estímulos que los provocan, en la medida en que despiertan reacciones en nuestra biología. Pero el contenido de nuestras percepciones y de nuestras sensaciones remite a nuestra articular conformación biológica.
La forma como vemos las cosas, entonces, es sólo la forma como las vemos. Nada nos permite decir cómo las cosas son. No sabemos cómo ellas son. No podremos saberlo nunca.
Esto significa que cada uno observa las cosas de acuerdo al tipo de observador que es. Pero sucede que, como los seres humanos podemos compartir lo que observamos, suponemos que las cosas son realmente así.
Si lo que yo observo parece ser lo mismo que observa mi vecino, tendrá que ser que las cosas son como ambos las observamos. Pero esta conclusión es altamente discutible.
En la vida diaria aceptamos como ciertas muchas cosas que, después de un análisis más riguroso, nos aparecen llenas de contradicciones. En este momento, por ejemplo, me parece que estoy sentado en una silla, frente a una mesa de forma determinada, sobre la cual veo hojas manuscritas e impresas.
Creo que si cualquier otra persona normal entra en mi habitación, verá las mismas sillas, la mesa y los papeles que yo veo. Todo esto parece ser tan evidente, que apenas necesita ser enunciado.
Sin embargo, ello puede ser puesto en duda de un modo razonable. Concentremos la atención en la mesa. Se ve rectangular, oscura y brillante. Si la golpeo, produce un sonido de madera. Al tacto resulta
pulimentada, fría y dura. Frente a esta descripción no parece haber dificultad alguna.
Pero si queremos ser más precisos, empieza la confusión: aunque yo creo que la mesa es “realmente” de un mismo color, las partes que reflejan la luz parecen mucho más brillantes que las demás. Sé que si me muevo, serán otras las partes que reflejen la luz. De ahí se sigue que si varias personas en el mismo momento contemplan la mesa, no habrá dos que vean exactamente la misma distribución de colores. (Esto no tiene importancia mayor para la mayoría de los propósitos prácticos. Pero para un pintor, por ejemplo, adquiere una importancia fundamental.)
Así, de los diversos colores que la mesa parece tener, no hay razón para considerar que alguno sea más “real” que otro. Lo mismo puede decirse del material de que está hecha. Al tocarla parece pulida y lisa. Si uno de los presentes la mira a través del microscopio, sin embargo, verá asperezas, prominencias y depresiones que no aparecen a simple vista para los demás. ¿Cuál es la mesa “real”?
Una vez que aceptamos lo anterior, nos damos cuenta de la importancia de preguntarnos por el tipo de observador que somos, por el tipo de observador que nos conduce a observar lo que observamos. Esta es una pregunta que difícilmente podemos hacernos cuando suponemos que observamos las cosas como ellas son y no de acuerdo a como nosotros somos.
Desde esta perspectiva, la pregunta pasa a ocupar un lugar central para entender cómo somos, cómo constituimos nuestros mundos y cómo nos relacionamos con los demás. “No vemos las cosas como son, sino de acuerdo a como somos”, dice el Talmud.
Cabe preguntarse, entonces, si cada mundo está afectado por las características del que observa, y si esos mundos no son inter penetrables, ¿caemos entonces en un relativismo sin salida? ¿Dónde está la verdad? O, mejor, ¿a qué podríamos llamar “verdad objetiva”?
EL OBSERVADOR, FENOMENOLOGÍA DEL OBSERVADOR, Rafael Echeverría, Newfield Consulting – Santiago, noviembre de 2007
La manera como observamos las cosas posibilita trabajar sobre los siguientes temas: observador, verdad, realidad, subjetividad