El aprendizaje de la regulación de las emociones

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El aprendizaje de la regulación de las emociones

Regular las respuestas emocionales se puede aprender. Al mismo tiempo es un signo de madurez y de inteligencia. En la primera infancia, habitualmente no regulamos nuestra respuesta emocional, simplemente la expresamos o explota. Socialmente se acepta y se perdona este tipo de «sinceridad» en las respuestas emocionales de los niños más pequeños. A medida que se van haciendo mayores, la tolerancia ante esta inmediatez en las respuestas va disminuyendo hasta llegar a la madurez, cuando socialmente se exige la regulación emocional. Con su aprendizaje conseguimos equilibrar dos fuerzas opuestas. Por un lado, la necesidad biológica de la respuesta emocional, y por el otro, la necesidad de respetar determinadas normas de convivencia.

Manel Güell Barceló sostiene que no existen emociones positivas ni negativas, simplemente existen emociones como consecuencia de la respuesta de la persona ante una situación. Determinadas emociones son útiles y traen un beneficio al individuo y otras no. Una respuesta emocional (alegría, ira, vergüenza) será útil en función del contexto. Si la respuesta nos ayuda a relacionarnos con el mundo que nos rodea, con los demás y con nosotros mismos, es adaptativa y será una emoción efectiva. Para este autor, todas las respuestas emocionales son positivas siempre que sus consecuencias lo sean.

Daniel Goleman defiende que el autocontrol emocional no es equivalente a la represión de los sentimientos. El «mal» humor, por ejemplo, también tiene su utilidad; el enojo, la melancolía y el miedo pueden llegar a ser fuentes de creatividad, energía y comunicación; el enfado puede constituir una intensa fuente de motivación, por ejemplo, cuando se dirige a la necesidad de reparar una injusticia o un abuso; el hecho de compartir la tristeza puede hacer que las personas se sientan más unidas y la urgencia nacida de la ansiedad —siempre que no llegue a atribularnos— puede alentar la creatividad. La extinción de todo sentimiento espontáneo tiene un costo físico y mental. La gente que sofoca sus sentimientos —especialmente cuando son muy negativos— eleva su ritmo cardíaco, un signo de estrés que puede abocar a la hipertensión. La competencia emocional implica que las personas saben elegir cómo expresar los sentimientos.

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(Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Inteligencia_emocional)

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